en el rocío de la mañana,
sucio y fresco, el melón embarrado.
(Basho)

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la sensación de tocar con los dedos
lo que no tiene realidad —
una pequeña mariposa.
(Buson)

jueves, 29 de julio de 2010


Fernando Pessoa o Bernardo Soares: del Libro del desasosiego
(Nº 262. Traduje de la edición organizada por Richard Zenith, São Paulo, Companhia das Letras, 1997. Imagen: Wu Guan Zhong, "Piedras")

Llegué hoy, de pronto, a una sensación absurda y justa. Me di cuenta, en un relámpago íntimo, de que no soy nadie. Nadie, absolutamente nadie. Cuando brilló el relámpago, lo que supuse ser una ciudad era una planicie desierta; y la luz siniestra que se mostró a mí no reveló que arriba hubiese un cielo. Me robaron el poder ser antes que el mundo fuese. Si tuve que reencarnarme, me reencarné sin mí, sin haber reencarnado.
Soy los alrededores de una ciudad que no hay, el comentario detallado de un libro que no se escribió. No soy nadie, nadie. No sé sentir, no sé pensar, no se querer. Soy una figura de una novela por escribirse, que pasa aérea, y deshecha sin haber sido entre los sueños de quien no me supo completar.
Pienso siempre, siento siempre; pero mi pensamiento no contiene raciocinios, mi emoción no contiene emociones. Estoy cayendo, después de la trampa de allá arriba, por todo el espacio infinito, en una caída sin dirección, infinita y vacía. Mi alma es un maelstrón negro, vasto vértigo rodeado de vacío, movimiento de un océano infinito en torno de un agujero en nada, y en las aguas que son más girar que aguas flotan todas las imágenes de lo que vi y oí en el mundo – van casas, caras, libros, cajas, rastros de música y sílabas de voces, en un remolino siniestro y sin fondo.
Y yo, verdaderamente yo, soy el centro que no hay en todo eso, salvo por una geometría del abismo; soy la nada en torno de la que este movimiento gira, sólo para que gire, y ese centro existe sólo porque todo círculo tiene uno. Yo, verdaderamente yo, soy el pozo sin muros pero con la viscosidad de los muros, el centro de todo con la nada alrededor.
Y es, en mí, como si el infierno mismo riese, sin la humanidad de diablos que ríen, la locura graznada del universo muerto, el cadáver rodante del espacio físico, el fin de todos los mundos flotando negro en el viento, disforme, anacrónico, sin dios que lo hubiese creado, sin él mismo que está rodando en las tinieblas de las tinieblas, imposible, único, todo.

¡Poder saber pensar! ¡Poder saber sentir!

Mi madre murió muy temprano, y no llegué a conocerla…